viernes, 25 de abril de 2008
Una joven motrileña logra que condenen a uno de sus jefes que la besó y piropeó sin su consentimiento
Lo que quiero es que ese viejo verde no vuelva a acercarse a mi»
Una joven motrileña logra que condenen a uno de sus jefes que la besó y piropeó sin su consentimiento
TIENE 27 años y ya sabe que los besos que no se desean pinchan más que las ortigas. Sin haberse aún dado cuenta de su heroicidad, no se imagina que su historia servirá como ejemplo a todas las mujeres a las que sus jefes han mirado el escote sin ruborizarse y ellas han respondido sólo con silencio.
A Patricia (es un nombre ficticio para conservar su anonimato) le dan «mucho asco» los hombres que abusan de las mujeres y por eso no quiso callar y olvidar lo forzada que se sintió aquel día en que un compañero de trabajo intentó propasarse con ella.
Ocurrió en el almacén de una empresa agrícola de Motril. Patricia estaba trabajando cuando llegó E. C. S. -miembro de la junta rectora de la compañía- con el que no había hablado en la vida. Él se puso a charlar con varias empleadas de cuestiones laborales. «En otras ocasiones me había dicho que era muy guapa y yo le había dado las gracias pensando que no tenía importancia». Pero aquel día -a finales de enero de este año- esta actitud agasajadora se tornó amarga e incómoda. «Me dijo que mi marido era afortunado por tenerme. Me pasó el brazo por los hombros y me empezó a dar besos en el cuello».
Entonces la joven lo empujó, se lo quitó de encima y fue a refugiarse en el baño, corriendo y asustada porque él le siguió hasta el servicio. «Llegué alterada. Me había baboseado el cuello, así que me puse a lavármelo con jabón. Luego me senté en el váter a llorar y a tratar de calmarme».
Aunque asegura que no le han quedado secuelas psicológicas, a Patricia no le gusta hablar del tema. Le duele porque siente rabia hacia los que acosan y maltratan a las mujeres, porque no quiere que le pongan nunca una mano encima. «Tenemos que luchar más. Ya que hemos conseguido la igualdad debemos lograr que nos respeten».
Apoyo de todos
Como su marido le ha enseñado a ser echada para adelante y su madre la arropó desde un primer momento, Patricia decidió denunciar el acoso que había sufrido en el trabajo «por lo menos para que se supiera». «Siempre tenemos que aguantar lo mismo y no me parecía bien».
Así, la joven se acercó hasta la Policía para contar como unos besos en el cuello le habían hecho sentir violenta y ofendida. «Las chicas nos dejamos llevar mucho, sobre todo si los que se pasan con nosotros son los jefes, y eso no debe ser así».
Ella se considera un angelito, pero fuerte cuando tiene que serlo. Sobre todo ahora que tiene una sentencia que condena a su acosador. «Mi marido me dijo que aunque soy chiquitilla cómo no le pegué una torta. No le hice nada porque si no, encima, iba a ser yo la que saliese perjudicada», expresa con madurez.
El Juzgado de lo Penal 1 de Motril ha condenado a E. C. S. al pago de 4.320 euros por haber abusado sexualmente de Patricia, así como a la prohibición de aproximarse a la joven a menos de 150 metros y a comunicarse con ella de cualquier forma durante un año.
La joven explica que, como no ha tenido secuelas psicológicas, el dinero «es para el Estado». «Me da igual. Lo único que quiero es que ese viejo verde no vuelva a acercarse a mi, que yo pueda venir a trabajar tranquila».
Patricia se siente orgullosa del paso que dio, pero no le ha contado la historia a mucha gente. Confiesa que sus amigos ni lo saben, pero que los pocos que supieron los hechos la animaron a denunciar y la respaldaron.
Su jefe directo, que es también amigo, admira la decisión de Patricia de contar a la Policía los abusos. «La empresa ha estado siempre a su lado. Nos parece un gran ejemplo para que estas cosas no se produzcan más». Él mismo dijo saber la gravedad de lo ocurrido cuando aquel día «vi al compañero compañero salir del almacén, tranquilo, sin inmutarse, como si no hubiera pasado nada».
Patricia ahora quiere olvidar y que no se le vuelvan a poner tensos todos los músculos al recordar aquellos desagradables e indeseados besos. Lo tuvo claro. No podía consentirlo sólo por ser mujer y ser joven. Ahora que ha roto el hielo espera que le sigan las que han tenido que aguantar que les digan 'guapas' haciéndolas sentir feas por dentro.
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