miércoles, 19 de mayo de 2010

19-05-2010 - El comerciante acuchillado por un esquizofrénico, que pasará siete años en un psiquiátrico, vive atemorizado


«El miedo ya no se va»

«Miro al pasillo y veo a ese loco ahí, acuchillando a mi marido. Giro la cabeza un poco y se me aparece peleando con él. Llego a la entrada y aún veo a Vicente tirado en el suelo, herido». Ha pasado más de un año y Ana Tórtola trabaja en el mismo lugar donde su esposo fue gravemente apuñalado. «El miedo ya no se va», reconoce. El agresor, un esquizofrénico paranoide, tiene su condena: siete años de internamiento psiquiátrico. La víctima y su esposa también tienen la suya: graves secuelas físicas y psicológicas.
Según recoge la sentencia, el perturbado se presentó el 23 de marzo de 2009 en el bazar El Cantó, situado en la calle Antonio Juan de Valencia. Del interior de la tienda cogió un cuchillo de 25 centímetros y lo escondió bajo su americana. A través de una cámara, Ana observó el hurto y alertó a su esposo, Vicente J. Burgal.
El comerciante se acercó al extraño individuo para llamarle la atención, pero éste se adelantó y le preguntó dónde estaban los tornillos. Cuando Vicente giró su cabeza para indicárselo fue atacado brutalmente. «Sin mediar palabra, con el propósito de acabar con su vida, le agarró del cuello y le asestó varias cuchilladas en el tórax», describe el fallo.
Por estos hechos, la Sección Segunda del tribunal valenciano le impone siete años de internamiento psiquiátrico. «Que esté todo el tiempo posible. Yo no le tengo rencor, pero no quiero que vuelva a hacer lo mismo», explica Vicente. «Yo no diría que no le tengo rencor», matiza su esposa al lado del mostrador. «Mejor en un psiquiátrico que en la cárcel, que de ahí salen a los cuatro días», estima Ana.
La sentencia impone al acusado el pago de más de 30.000 euros a Vicente por la cura de las heridas y las secuelas que sufrió. También exige que indemnice a Ana con 6.000 euros por daños morales.
La estela que dejó el enfermo con su brutal agresión es larga. «Yo no tenía ningún problema físico. El médico ni me conocía y ahora no puedo hacer ningún esfuerzo y tengo problemas para agacharme. Me tocó el pulmón», lamenta Vicente. Además, sufre dolor y problemas de movilidad en la mano con la que frenó una de las cuchilladas. El filo le ha dejado cicatrices por todo el cuerpo.
«Mientras me curaba tuvimos que echar la persiana dos meses y medio. Pensamos incluso en cerrar, pero había que seguir adelante. Por cojones. Tenemos dos hijos», explica el matrimonio de comerciantes. Ana también lleva su cruz. Desde entonces sufre dolores de cabeza. Toma medicación para la migraña y, tras presenciar la agresión, se le agudizó un síndrome ansioso-depresivo.

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